Con Olor a Fritanga

La ciudad era un asco y el calor no ayudaba en lo más minimo. Sentía ese bochorno, hediante, somnoliento, ese calor que proviene del suelo. Amarga, quema y duele. La tierra caliente llama y en esta parte de ciudad la vida parace ir más lento, que las cosas no pasan.
Bajando del camión, camino una cuadra y un olor a fritanga me recuerda el hambre; empanadas, picadas, gordas, salbutes y tostadas, a lo mejor un plátano frito o unos taquitos dorados. El puesto está lleno y una señora vieja, gorda y amarga prepara los antojitos de todos los comensales, soy el quinto en la fila. El calor exasperante. No hay sillas me toca esperar parado. Un niño le cuenta todo a su niñera, la voz chillona me incomóda –Estuve jugando todo el día XBOX con Luisito….- y la plática sigue con temas parecidos.
El olor de aceite frito empeora las cosas. La fila se hace más corta. Pero una señora no puede con tanta orden de empanada, un matrimonio y 2 hijas una de 6 y la otra de 4 me mostró el desencanto del sueño mexicano. La señora imponía al marido y me daba la impresión que era la mejor amiga de esas niñas. Triste, triste, puta conservadora.
Una camioneta entró al callejón, y bajó del carro un joven empresario, una linda joven la acompañaba en el asiento del copiloto. Un señor salío de las sombras y le entregó un maletín, una bolsa de viaje y le agregó –aquì tiene patrón- . El “joven empresario” se metió al carro, lo encendió y con una atrevida reversa se alejó de aquel puesto de fritangas.
Todos presenciamos el acto y las miradas de complecidad fueron evidentes, nadie menciono nada y como algo rutinario tratase, siguen la plática como si nada hubiera pasado. Adoro esa reacción, las miradas furtivas, todos pensamos la misma idea, nadie dice nada. Amo a mí país.
Me dan mi orden de empanadas, me retiró con unas buenas noches. –Buenas Noches-, repiten todos.